Terminé el inventario y ya dispuesta a asentir al verdugo escapé corriendo escaleras abajo en tu busca, empañada en lágrimas, arrepentiéndome de las dudas, arrepentida de la carta de despedida que había dejado. Corrí a tu encuentro y te besé, con besos de locura, besos de ciega que se abren para entender que estaban cegados con rencores vanos que volvían mi cuerpo liviado.
Entendí entonces que el único sentido de mi píldora de la muerte no era la propia muerte sino poder estar contigo para no necesitarla a ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario